sábado, marzo 01, 2025

EL HOMBRE GRIS

 A veces, Luis se dejaba caer en pensamientos oscuros. No debió ser tan iluso y confiado, siempre haciendo las cosas en segundo plano, poniéndose detrás de otros. Pero el destino lo quiso así. Llevaba demasiado tiempo arrastrándose para complacer, para encajar, para no molestar. Ahora, con Radio Sin Fronteras en sus cuatro años y siete meses, decidió dejarlo pasar. Abrió el celular, buscó el número de Javi —su amigo de los viejos tiempos, el que ya no estaba— y lo borró con un toque seco. No hubo drama, solo un alivio frío. Volvió al blog de la radio, ese rincón digital que había dejado empantanado desde la entrada de diciembre de 2024, un mes que se le había atragantado como sus últimos engaños personales.


Empezaba a pensar que le faltaba malicia, que pecaba de ser demasiado sentimental. Mientras revolvía un cajón buscando un cable, encontró una foto arrugada: la única chica que le había animado a escribir, allá por sus veinte. Pelo corto, sonrisa tímida, un recuerdo borroso. Supuso que estaría casada, con niños correteando, y sin dudarlo la tiró a la basura. No era dolor, era limpieza. En el mismo cajón apareció otra foto: una cantante aspirante, risueña, que se reía cada tres palabras. A ella le había regalado una guitarra española que su abuelo le compró cuando era crío, un trasto que Luis nunca logró hacer sonar bien. Pensó que ella le daría mejor uso, pero tras dársela en 2012, desapareció. Dejó de llamarlo, de escribirle, y él no la buscó. "Tampoco importa ya", murmuró, arrojando la foto al mismo montón. Era enero de 2025; hasta ella podía haber abandonado la música. ¿Qué más daba?


Sabía que Javi lo llamaría solo si lo necesitaba. Se había acostumbrado a ese nuevo proceder: el silencio eterno, roto solo por un "oye, Luis, te necesito" cuando convenía. Ya no le dolía; era un patrón tan predecible como los tres anunciantes, coches, seguros, comida rápida que mantenían la radio a flote. Aquella entrada de diciembre en el blog, llena de melancolía por su abuelo y las Navidades perdidas, seguía ahí, incompleta. La terminó con dedos torpes: "Esto es Radio Sin Fronteras, cuatro años y siete meses de resistir. No sé si alguien lee esto, pero aquí seguimos". Publicó y puso una canción de Clara al aire, una balada que no le gustaba, pero que los oyentes querían.


Esa noche, el micrófono lo miró como un viejo amigo. "Esto es para los que aún están", dijo, con la voz gastada por los cincuenta años y el cansancio. Un mensaje llegó: "Siempre te leo, sigue", desde Barcelona. No era mucho, pero era algo. Luis pensó en la guitarra que nunca sonó, en la chica que se fue, en Javi y sus silencios interesados. Había sido confiado, sí, pero tirar esas fotos a la basura le dio una certeza pequeña: no todo lo que se pierde pesa. La radio seguía, y él, desde su cueva, también.


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