Luis ya no esperaba nada, pero el destino siempre tenía una broma bajo la manga. No faltaba más que la aparición de su conocido, el fabulador de siempre —aquel que prometía oro y entregaba aire—, y Rick, un tipo que durante cuatro años le repetía: "Eres una gran voz". A Rick tampoco lo tomaba ya en serio. Lo había conocido en sus días de servicio, cuando trabajaba para otros, y en todo ese tiempo no le dio ni una camiseta, solo quebraderos de cabeza. Promesas vacías, retrasos, la frase más habitual en ese submundo extraño donde Luis se movió alguna vez: "Ya te pagaré cuando pueda". Quizás por eso llevaba cuatro años volando solo con Radio Sin Fronteras. Que tuviera que hacerlo todo él no le importaba; aprendió a la fuerza a gestionar lo que antes solo hacía esporádicamente: músicos, programación, redes, todo.
Había conseguido cien seguidores en una red social, todo un logro para alguien que sale a competir con su barco de pesca frente a los grandes buques. Así llamaba al resto de las radios: enormes, brillantes, con tripulaciones llenas de recursos. Los grandes buques siempre tenían a alguien dispuesto a poner dinero para recuperarlo 33 meses después si todo iba bien. No era su caso. Luis había salido al campo de batalla con 150 euros y un micrófono viejo; no podía aspirar a más. No era como Quico, el dueño de una funeraria que tenía una radio pirata y rascaba contactos de aquí y allá. No era como aquel locutor famoso que montó su emisora con los beneficios de un periódico digital. Luis no pertenecía a ese club, y probablemente este sería su último proyecto radiofónico. Por edad, por cansancio, sabía que si esta vez fallaba, reconvertiría la radio en un tocadiscos de música clásica y tiraría la toalla.
Pero mientras eso sucedía, lo mejor era luchar. El fabulador reapareció con un mensaje: "Tengo un plan, Luis, algo grande". Lo borró sin leerlo entero; conocía el guion. Rick llamó poco después: "Gran voz, deberías crecer". Luis colgó con un "gracias" seco. La publicidad seguía en manos de esa agencia que solo le daba disgustos —tres anunciantes a duras penas—, y los músicos eran una búsqueda eterna. Algunos llegaban —Clara, un músico con sintetizadores—, pero no bastaba. "Esto es Radio Sin Fronteras, donde resistimos", dijo al aire, poniendo un tema del rapero de Sevilla que no le entusiasmaba. Un mensaje llegó: "Tu barco sigue flotando", desde Córdoba. No era mucho, pero era algo.
Luis miró su cueva: las paredes con notas, el logo torcido que diseñó él mismo. Cuatro años y siete meses peleando con 150 euros frente a buques de millones. No era Quico, no era el locutor famoso, no era Rick ni el fabulador. Era solo él, y aunque a veces se sintiera invisible o un mendigo de afecto, seguía en su barca de pesca, remando contra la corriente. Si fallaba, habría música clásica y silencio. Pero por ahora, el micrófono seguía encendido.
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