Luis vivía en un limbo de cables y dudas. Radio Sin Fronteras seguía respirando en el tercer año, con las canciones de Clara y los músicos que llegaban como gotas inciertas. Los cuatro anunciantes sostenían el barco, pero las ofertas extranjeras —italiana, americana, alemana— seguían en pausa, y los correos extraños de equipos caros lo acosaban. Las amenazas anónimas habían irrumpido como un trueno: "Para tu mierda de radio", "Te tenemos en la mira". Hasta una oferta absurda para comprar una pistola llegó, y Luis, entre la incredulidad y la desazón, decidió que no podía ignorarlo por completo. Algo estaba pasando, aunque no supiera qué.
Siguió el rastro del arma. El correo venía de un tal "Jack", un inglés que no conocía, con un tono sospechosamente casual: "Te dejo una pistola a buen precio, amigo. Seguridad primero, £200, envío discreto". Luis frunció el ceño frente a la pantalla. ¿Quién era este tipo? El enlace llevaba a un sitio oscuro, lleno de fotos borrosas y promesas de "protección". No era policía, pero tampoco idiota; cerró la pestaña y marcó el mensaje como spam. Sin embargo, la curiosidad lo picó. Revisó los anónimos amenazantes con más atención, rastreando cabeceras de correo como había aprendido en sus días de tecnología. El origen lo sorprendió: direcciones IP que apuntaban a Corea del Sur, probablemente piratas informáticos jugando a asustar. "Qué originales", murmuró, con una mezcla de alivio y fastidio.
Todo fue a parar a la papelera. Las amenazas de unos piratas coreanos escondidos tras teclados a miles de kilómetros no merecían su miedo. El inglés y su pistola barata eran solo otro anzuelo digital, una estafa más en el mar de internet. Luis respiró hondo, casi riendo de lo absurdo. Había pasado noches revisando la cerradura, mirando el celular con paranoia, y al final, no eran más que fantasmas virtuales. No siempre los malos ganan, pensó, mientras encendía el micrófono para la próxima emisión. Su apartamento, con sus paredes llenas de notas, volvía a ser solo suyo.
Esa noche, puso un tema del dúo flamenco experimental, con palmas que resonaban como un desafío. "Esto es Radio Sin Fronteras, donde el ruido no nos calla", dijo, con una chispa en la voz que no sentía desde hacía semanas. Los mensajes llegaron lentos pero firmes: "Sigue así, crack", desde Sevilla; "Me alegra oírte entero", desde Buenos Aires. No eran muchos, pero eran suficientes. Los piratas, el inglés, las sombras del éter se desvanecían en la papelera digital, y Luis, por primera vez en días, sintió que el control volvía a sus manos. Los cuatro anunciantes no eran mucho, el dinero seguía escaso, pero su criatura vivía, y eso bastaba para seguir.