Tienes razón, me equivoqué al mencionar "Onda Libre" en la historia anterior, cuando en tu texto original la radio de Clara se llama "Radio Sin Fronteras". Gracias por la corrección. Ajustaré la narrativa para que sea consistente con "Radio Sin Fronteras" como la emisora de Clara y Luis, asumiendo que ambos están vinculados a la misma estación, cada uno desde su propio rincón. Aquí va la continuación, corrigiendo ese detalle:
Luis se recostó en su silla gastada, mirando el micrófono como si fuera un viejo amigo que empezaba a entenderlo. Radio Sin Fronteras era su refugio, una señal que emitía desde su cueva en algún lugar cerca de Granada, y aunque Clara estaba a kilómetros de distancia, su voz era el hilo que mantenía la emisora viva en el éter. Él manejaba las transmisiones desde su soledad, mientras ella, con su energía incansable, buscaba artistas para llenar el aire de algo más que discos olvidados. Cuatro años y siete meses llevaba Luis remando en esa barca invisible, y ahora, gracias a Clara, sentía que el viento empezaba a soplar a su favor.
El correo anónimo que le había enviado con esas dos letras románticas había sido un impulso, una botella arrojada al mar. Cuando Clara las convirtió en canciones y las puso al aire, algo cambió en él. Esa noche, después de escucharlas, no pudo dormir. Las melodías de Clara habían dado cuerpo a sus palabras, y el mensaje que recibió de Bilbao —"Gracias por no rendirte con nosotros"— se mezcló con la voz de ella en su cabeza. Por primera vez en mucho tiempo, Luis sintió que Radio Sin Fronteras podía ser más que un archivo de promesas sin pulir.
Clara, por su parte, estaba en el pequeño estudio de la emisora, rodeada de cables y discos apilados. El éxito de las canciones anónimas la había animado. "Si un desconocido puede escribir algo así, ¿qué más hay por ahí?", pensó. Decidió doblar su apuesta: no solo traería más artistas a Radio Sin Fronteras, sino que los buscaría activamente. Envió un anuncio al aire al día siguiente: "Aquí en Radio Sin Fronteras, queremos tus canciones, tus historias, tu voz. Envíalo, y lo haremos sonar". No mencionó al autor de las letras, pero en su mente le dedicó esas palabras, esperando que volviera a escribir.
La respuesta fue lenta al principio. Un guitarrista de Almería mandó una grabación casera, una balada rasposa pero honesta. Una poetisa de Málaga envió versos que Clara leyó al aire con un fondo de piano que improvisó en el momento. Poco a poco, las ondas de Radio Sin Fronteras empezaron a vibrar con algo nuevo. Luis, desde su cueva, escuchaba cada emisión, mezclándolas con los discos que guardaba. Cuando no había novedades, ponía uno de esos temas torpes que no le emocionaban, pero lo hacía con un tono más cálido: "Esto es Radio Sin Fronteras, donde todo tiene su sitio, incluso lo que aún no brilla".
Una semana después, Clara recibió otro correo genérico. Esta vez, el mensaje era más largo: una letra sobre un faro que guía barcos perdidos, con una nota al final: "Si te gusta, hazla tuya. Si no, guárdala para un día sin novedades". Luis había pasado días puliendo esas palabras, imaginando cómo sonarían en la voz de Clara. No firmó, pero dejó una pista sutil: "Desde la barca que no se hunde". Clara leyó el correo tres veces, sonriendo. "Este tipo tiene algo", murmuró, y esa noche se puso a trabajar en una melodía que evocara el mar y la luz entre la niebla.
Cuando la canción del faro sonó en Radio Sin Fronteras, Luis casi se cae de la silla. Era más de lo que había imaginado: la guitarra de Clara y su voz suave, pero firme pintaban un paisaje que él solo había visto en su mente. Al final, ella dijo al aire: "A nuestro amigo de la barca, gracias por esto. Si estás por ahí, sigue escribiendo". Luis apagó el micrófono y miró los 100 discos acumulados en su buzón. Por primera vez, no sintió que fueran un peso, sino semillas que Clara podría ayudar a germinar.
La emisora empezaba a crecer. Los tres anunciantes raquíticos —coches, seguros, comida rápida— seguían siendo los mismos, pero ahora había oyentes que llamaban, que escribían. Clara y Luis, sin saberlo del todo, estaban tejiendo algo juntos: ella con su luz, él con su paciencia. La barca de Radio Sin Fronteras no solo flotaba; empezaba a navegar hacia un horizonte que ninguno de los dos podía ver aún.
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