Capítulo 7: La Rosa del Aire
1. El eco del festival
El festival en Granada había dejado a Luis con los nervios a flor de piel. Cuatro años y siete meses escondido en su cueva, emitiendo Radio Sin Fronteras por internet desde un ordenador viejo, y de pronto se había visto en un escenario, bajo las luces, con Clara a su lado gritando su nombre —o al menos, el de su barca— ante una multitud. El transmisor digital de segunda mano, comprado con ahorros de meses de café instantáneo y noches sin dormir, había resistido. Mil quinientos oyentes en línea, más los que aplaudían en vivo, eran la prueba de que la emisora ya no era solo un sueño. Pero Luis seguía temiendo que el equipo, usado y traicionero, fallara en cualquier momento.
De vuelta en su refugio, rodeado de discos físicos y carpetas digitales, la adrenalina del festival se transformó en algo más tranquilo, más íntimo. Mientras Clara seguía al frente, llenando las ondas con artistas nuevos, él se dedicó a lo suyo: revisar envíos, mezclar canciones, mantener la barca a flote. Pero algo había cambiado. Ver a Clara en persona, con su energía que parecía encender el aire, lo había empujado a escribir otra vez.
2. La rosa seca
Esa noche, bajo la luz tenue de una lámpara, Luis sacó su libreta. Las palabras salieron solas: "La Rosa del Aire", una canción sobre una flor invisible que crece en las ondas, un homenaje callado a Clara y a lo que habían construido juntos. Era más personal que las letras anteriores, más suya. Terminó el último verso —"donde el silencio no miente"— y sintió un calor en el pecho. No bastaba con enviarla por correo esta vez; quería que ella la tocara, que la sintiera.
Rebuscó entre sus cosas y encontró una rosa seca, prensada en un libro olvidado. La había recogido en un paseo solitario años atrás, y ahora parecía perfecta para acompañar la letra. La metió en un sobre con el papel manuscrito, escribió "Para Clara, en primicia. L., de la barca" y, tras dudarlo un momento, добавил su número de móvil. Era un salto, pequeño pero real. Envió el paquete al estudio de Radio Sin Fronteras, con el corazón latiendo como si hubiera corrido una maratón.
3. El regalo en el estudio
Clara lo recibió dos días después, entre una pila de discos y cartas que no paraban de llegar. El sobre sobresalía, simple, pero con un peso que la intrigó. Al abrirlo, la rosa seca cayó sobre la mesa, frágil pero intacta. Sonrió, y al leer la letra, algo se le removió dentro. "Una rosa en el aire, que no se ve, pero se siente", decía el primer verso. Era para ella, aunque él no lo gritara. El hombre de la barca, su misterioso aliado, había puesto su alma en esas líneas.
Esa noche, mientras el transmisor digital zumbaba en el estudio, Clara se sentó con su guitarra. Probó acordes suaves, dejando que la melodía creciera como pétalos al viento. Hasta el amanecer, grabó "La Rosa del Aire", su voz tejiendo las palabras de Luis en una canción que parecía flotar. No era perfecta, pero era honesta, y eso era lo que Radio Sin Fronteras siempre había sido. Decidió que sería la primicia del viernes, un regalo para los oyentes y un guiño a quien la había inspirado.
4. La primicia en las ondas
El viernes llegó con una calma tensa. Clara encendió el micrófono, el streaming listo gracias al guitarrista de Almería, y habló con esa chispa que la definía: "Hoy tenemos algo especial en Radio Sin Fronteras. Una primicia que me llegó con una rosa, de alguien que conoce estas ondas mejor que nadie. Escuchen esto". Las notas de "La Rosa del Aire" llenaron el aire, y luego la red. El chat en línea se encendió: "Preciosa", "Quién es este genio?", "La rosa llegó a Buenos Aires". Los oyentes, ahora miles, sentían la misma emoción que ella.
En su cueva, Luis escuchaba desde el móvil, con las manos apretadas. Cuando Clara cantó sus palabras, algo se quebró dentro de él, pero en el buen sentido. La melodía era más de lo que había imaginado: suave, fuerte, viva. Al final, ella dijo: "A mi amigo de la barca, gracias por esto. Espero que estés escuchando". El móvil vibró antes de que él pudiera procesarlo. Un mensaje de Clara: "La rosa está en el aire ahora. ¿Qué te pareció? C.".
5. El puente entre la cueva y el estudio
Luis miró el mensaje, luego el transmisor digital que tanto había temido y que ahora era su ancla. Respondió, con dedos torpes pero firmes: "Suena mejor de lo que imaginé. Gracias por cantarla. L.". No dijo más, pero no hacía falta. La rosa había florecido entre las ondas, y por primera vez, la distancia entre su cueva y el estudio de Clara no parecía tan grande. La barca, que había navegado sola tanto tiempo, ahora tenía un rumbo, y él sabía que no estaba remando solo.
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