1. Un respeto que florece
Luis sentía que algo había cambiado desde "Clara en el Viento". Sus mensajes con Clara eran más frecuentes, más cálidos, aunque ninguno cruzaba la línea que él respetaba como si fuera sagrada. Ella era su luz, su ancla en Radio Sin Fronteras, y él no quería empañar eso con prisas o torpezas. Cada vez que le escribía —"¿Te gustó el flamenco de Jaén?" o "El transmisor sigue vivo, increíblemente"— lo hacía con cuidado, como quien pisa un suelo frágil pero querido. Clara respondía con su chispa habitual: "¡Me encantó! Y el transmisor es un héroe", y él podía imaginarla sonriendo al otro lado.
Clara, por su parte, guardaba "Clara en el Viento" en el cajón, pero no como un secreto pesado, sino como un tesoro que esperaba su momento. Lo que sentía por Luis crecía cada día, pero no había urgencia en confesarlo. Le gustaba cómo él la respetaba, cómo dejaba espacio para que ella brillara sin pedir nada a cambio. Las rosas, las canciones, los correos firmados "L., de la barca" eran suficientes; el amor fluía entre ellos como un río tranquilo, sin necesidad de palabras grandes aún.
2. La canción especial
Una tarde, mientras el transmisor digital zumbaba y la lluvia golpeaba el tejado de la cueva, Luis tomó su libreta con una idea que llevaba días rondándole. Quería pedirle algo a Clara, algo muy especial, pero no era cantarle en un festival ni nada que tuviera que ver con la radio. Era personal, profundo, un paso que solo ellos entenderían. Escribió una canción nueva, "Luz de mi Orilla", sobre dos almas que se encuentran en la calma después de la tormenta, que construyen un hogar sin moverse del sitio.
No era una propuesta de matrimonio ni nada tan formal; Luis quería pedirle que compartieran algo más allá de la emisora, un espacio propio, quizás un día juntos en su cueva o en el estudio, sin micrófonos ni oyentes, solo ellos. "Luz de mi orilla, quédate un rato, / que el viento no sabe lo que yo guardo", escribió, con el pulso acelerado. Era su manera de abrirle la puerta, respetándola siempre, dejándole elegir. La guardó en su libreta, puliéndola en secreto, planeando enviarla cuando estuviera perfecta.
3. El amor sin prisas
Clara notaba algo en los mensajes de Luis, un brillo nuevo. Cuando él le escribió: "Hoy puse tu bolero otra vez, sigue siendo mi favorito", ella respondió: "Y tú sigues siendo el que lo hace posible. Gracias, L.". No había tropiezos entre ellos, solo una corriente suave que los acercaba. Una noche, ella tarareó "Clara en el Viento" mientras apagaba el estudio, y se imaginó cantándola con él al lado, no al aire, sino solo para los dos. No lo dijo, pero supo que él lo descubriría pronto, como siempre lo hacía.
Luis, en su cueva, sonreía cada vez que veía su nombre en la pantalla. Pensaba en "Luz de mi Orilla" y en cómo dársela: quizás con otra rosa, quizás en persona. No tenía prisa; el amor entre ellos crecía sin forzarlo, y eso lo llenaba de una paz que no había sentido en cuatro años y siete meses. Clara era su hogar, aunque aún no se lo dijera, y él sabía que ella lo sentía también.
4. Las sombras al margen
Las dificultades no venían de ellos, sino de fuera. El tipo de Madrid volvió a escribir, esta vez con una oferta más agresiva: "Os hago famosos, pero quiero un porcentaje". Luis lo bloqueó sin dudar, pero el mensaje dejó un mal sabor. La mujer de Sevilla llamó al estudio, insistiendo en meter a su cliente, y Clara, con su instinto afilado, la cortó: "No necesitamos eso, gracias". Ambos sabían que el éxito de Radio Sin Fronteras atraía buitres, pero lo manejaban juntos, con calma, protegiendo lo que habían construido.
Los oyentes seguían fieles, los 3,000 ahora eran 3,500, y el hashtag #RosaDelAire seguía vivo. El guitarrista de Almería propuso un especial en vivo, y los hermanos de Jaén querían otro tema flamenco. Luis dijo que sí, pero despacio: "No quiero perder el control". Clara lo apoyó: "Vamos a nuestro ritmo, como siempre". La radio crecía, pero ellos la mantenían suya, dejando las tormentas para otros.
5. El paso que se acerca
Una mañana, Luis terminó "Luz de mi Orilla". La releyó, ajustó un verso, y decidió que era el momento. Compró una rosa roja esta vez, por el valor que le pedía dar ese paso, y la metió en un sobre con la letra. Escribió: "Para ti, cuando estés lista. Algo especial. L., de la barca". La envió al estudio, con el corazón ligero pero expectante.
Clara lo recibió al día siguiente, y al leerla, supo que era más que una canción. "Quédate un rato", susurró, y su amor por Luis se hizo más grande, más claro. No respondió aún; quería cantarla primero, para él, en privado. El río entre ellos fluía sin obstáculos, y las dificultades, fueran buitres o éxitos, podían esperar. Pronto, pensó, se lo diría todo.